La guerra de los treinta años redujo a la mitad la población de muchas regiones de Europa central. El silencio de los bosques alpinos de las regiones desbastadas, se transformó en el sonido de la madera utilizada para la lutheria. La resultante nacida introspección, vivificará la expresividad de los compositores y sus obras. El eco del valle de lágrimas transmuta y florece en la construcción de instrumentos musicales. La riqueza y los valores dignos de conseguir no son de este mundo, tan frágil e imperfecto.
El joven músico Heinrich Ignaz Franz Biber cumple el encargo de su patrón, el arzobispo de Kromeríž: después de un largo viaje llega al taller del famoso luthier Jacob Steiner para recibir una colección de nuevos instrumentos y decide quedarse por el resto de su vida en la corte del arzobispo de Salzburg, donde creará sus obras más importantes. Es así como canciones salvajes de la soldadesca, gemidos de heridos y moribundos, golpes de cañones, rugidos de caballos, alaridos de trompetas y danzas de campesinos protagonizarán las Sonatas del op.8, y será ésta la rica savia que nutrirá la música de los países de los Austrias por varios siglos.